lunes, 5 de marzo de 2007

Así llegué a casa

Hablar de mi infancia es un tanto confuso y nebuloso. Sólo contaré lo que recuerdo, y es que el 21 de noviembre de 2004 una gente nos abandonó a mi hermano y a mí en una oscura calle de Corrientes, no lejos del centro de la ciudad.

Estábamos librados a nuestra propia suerte, y mi hermano fue el primero en tenerla y alguien se lo llevó. Como yo era el más feo y no estaba muy bien alimentado me quedé en la vereda, con hambre y frío, pidiéndole a todos que alguno me llevase.

Asustado, atravesé una puerta de rejas que afortunadamente no tiene vidrios. Serían las seis de la tarde cuando vi a una mujer acercarse desde el fondo del pasillo, era mamá. Venía a buscarme. Me alzó y enseguida me acomodé en sus brazos tibiecitos. Me llevó a casa sin dudarlo.

A partir de entonces me acuerdo de todo. Como papá estaba en Rosario por un congreso de la lengua española con sus hijas Amarillo y Chichón (ya hablaré de mis medias hermanas), mamá se hizo cargo durante más de dos semanas de mis cuidados y atención.

En esta nueva casa había mucho espacio y pocos seres, eso me gustó. Unos días más tarde me percaté de que en el patio vivía Dorita, una tortuga que es mi hermana, pero sospecho que debe ser adoptiva, porque no nos parecemos en nada.

A unas cuadras de esta casa había tiempo atrás unos gatitos muy chiquitos y tristes. Mis papás les compraron alimento y solían llevarles. Esto me lo contaron, yo no había llegado aún. Con el tiempo esos gatitos no estuvieron más, el alimento se guardó y fue lo primero que me ofreció mamá al llevarme a casa.

No me gustó, no era lo que quería. Por suerte ella, que me conoce como una madre, me ofreció yogur de frutilla, que tomé con deleite.

Luego dormí en mi primera cuna, un cajón de manzana muy cómodo. Me di cuenta de que a poco de llegar a esta casa, mi situación económica había mejorado notablemente. Dormí al lado de mamá al lado de la computadora, desde donde le avisaba a papá sobre mi llegada. Leyendo ese chat supe que ella creía que era una gatita, pero no, nada que ver. Soy el Tomaso, aunque todavía no tenía nombre. Mamá me filmó mientras dormía. Algún día voy a compartir con todos mis amigos esas imágenes.

Pese a que ella nunca había tenido gatos se las arregló bien para cuidarme ese tiempo. Me hacía dormir en el patio en mi cajón de manzana, debajo de la mesada del parrillero, donde me guarecía también cuando llovía. Al día siguiente tuve mi propio baño, que no era tan lindo como el que tuve después. Por ahora eran unos diarios con una montaña de piedritas encima. No tardé mucho en aprenderlo a usar. Nunca había tenido uno, y éste me gustó, claro que sí.

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